Thomas regresó cansado a su casa: el trabajo lo había dejado
exhausto. No hacía más de una semana que se había reincorporado a su puesto y
parecía que llevaba siglos sin trabajar, aunque en cierto modo era verdad.
Después de hablar con su antiguo jefe, había sido readmitido en su antigua empresa en
la misma posición que cuando desapareció. La gran mayoría de sus antiguos
compañeros habían cambiado de aires y los que quedaban habían sido ascendidos
y ahora ocupaban puestos de mayor responsabilidad que el suyo. Ahora tenía 6
años más pero la misma experiencia que antes. Es por ello que algunas veces terminaba frustrado,
pero al menos estaba contento de poder recuperar una cosa que solía hacer antes
de una forma relativamente normal. Se decía a si mismo que el trabajo
mantendría su mente ocupada.
Desde entonces había vuelto a casa de sus padres aunque no
descartaba en un futuro volver a vivir solo. Pero por el momento decidió ahorrar un poco de
dinero antes de dar el paso. Debía reconstruir su vida desde cero, ahora bien:
¿de verdad estaba preparado?
La conversación con su amigo Mathieu le había dejado anonadado.
Todo había pasado demasiado rápido para él y en ningún momento se había parado
a pensar lo que Chloé había sufrido con su pérdida. Era algo que a partir de
ahora le atormentaba incesantemente. Durante el último mes se había dicho a si
mismo que ella era una traidora que lo había dejado en la estacada. Pensaba que
lo había traicionado completamente yéndose con otro y a decir verdad; era él
quien la había traicionado. Sabía que no tenía razón y le costaba aceptarlo. Por eso, dudaba en
refugiarse en cualquier cosa que mantuviera su mente ocupada.
Dejó su bolsa en la habitación y observó una foto que había
colgada en la pared. En ella salía él con sus amigos. No la había visto antes y
supuso que su madre la había impreso para hacerle más llevadera la vuelta. Poco
a poco había vuelto a ver a todos ellos: Adriano, Marc, Albert y Grégoire eran
sus mejores compañeros junto a Mathieu y por supuesto se había alegrado de volverlos a ver. Hacía unos días que se habían reunido para tomar una cerveza
como normalmente hacían.
Poco a poco, cada uno le había ido explicando lo que había
sido de sus vidas durante el tiempo que había estado fuera. Thomas aprendió que Marc se había casado
con su novia de toda la vida. Albert ahora vivía en la costa este de los
Estados Unidos ya que se había mudado allí por el trabajo y estaba saliendo con
una chica americana. Grégoire, por otro lado, había dejado la empresa donde
trabajaba y había montado una Start-Up especializada en el comercio por
Internet y parecía que no le había ido nada mal. Finalmente, Adriano, que
siempre había sido el conquistador del grupo, vivía en Madrid junto con su
novia.
– ¿Sabéis? Os tengo que dar una buena noticia: ¡Taylor
está embarazada! – Comentó aquel día Albert.
– ¡Enhorabuena! ¡Vamos a tener a otro padre en el
grupo! – Le felicitó Mathieu.
– No lo quería decir hasta que no estuviéramos seguros
pero ahora ya os lo puedo confirmar–. Albert estaba resplandeciente. – Me alego
de haber podido venir esta semana y decíroslo en persona. La verdad es que este mes todo son
buenas noticias.
– ¿Tienes alguna idea de cómo lo vais a llamar? –
Preguntó Marc. Thomas se fijó en la alianza que llevaba en la mano y una
pregunta le empezó a rondar por la cabeza.
– Tanto si es niño como si es niña, Taylor y yo ya
lo hemos decidido. Pero no lo diremos hasta que nazca.
– Pero un momento Albert–. Le interrumpió Thomas. – ¿Vas a tener un hijo y
no estás casado?
– Pero claro que está casado –. Intervino Adriano.
– ¿Menuda fiesta nos pegamos en la costa oeste el año pasado eh? ¡Fuimos a las
Vegas y todo!
– Ah, perdona Thomas. Que todavía no te lo hemos
contado todo. Taylor y yo nos casamos el año pasado en junio. Pero igualmente
tienes que venir a vernos a Nueva York y así la conoces. ¡Estás más que
invitado!
Thomas se dio cuenta que no sabía ni siquiera quién era la tal Taylor ya que no la había visto nunca.
– Bueno chicos, me parece que yo me tengo que ir
ya. Mañana tengo una reunión con un socio inversor que quiere entrar en la
empresa y debo discutir con él los términos–. Añadió Grégoire mientras se
levantaba y cogía su abrigo para irse.
– ¿Enserio? Me alegro mucho, parece que la cosa
funciona –. Le felicitó Marc.
Todos se levantaron y empezaron a felicitar a Grégoire.
Todos salvo Thomas, él se quedó sentado en la mesa. Se sentía completamente
desplazado y varias veces se limitó a escuchar, a asentir o a
seguir al grupo. No sabía qué decir ya que en la mayoría de los casos hablaban
de cosas que él no había vivido. Se había perdido las bodas de Mathieu, Marc y
Albert. Grégoire empezaba a despuntar como empresario cuando ambos habían
empezado a trabajar a la vez. Y Adriano, que cada día estaba con una chica
diferente, ahora vivía en otro país junto con una novia estable.
Sus amigos habían evolucionado y sin embargo, el seguía siendo el mismo chico que hacía 6 años. Estaba completamente fuera de sus vidas y sabía que le
llevaría tiempo comprender y adaptarse a la nueva situación. Mientras que ellos
tenían sus vidas encarriladas, el intentaba recomponer los pedazos rotos de la
suya...
Su nuevo móvil vibró en su bolsillo y despegó los ojos de la
pared. Seguramente sería su madre avisándole de que llegaría tarde. Sin embargo
el mensaje era de un número desconocido.
Hola Thomas. Me alegra saber que estás bien. Perdona si soy
tan directa pero me gustaría que nos viésemos un día. Ha pasado mucho tiempo y
creo que a los dos nos vendría bien hablar cara a cara. Espero que tu vuelta
esté yendo bien. Escríbeme y dime cuando estás disponible.
Chloé
Thomas levantó la vista y se miró al espejo de su habitación.
Por primera vez en un mes sonreía. Quizás sí que sería capaz juntar todas las
piezas y rehacer su vida.
***
– ¿Olivier, me puedes decir qué ese objeto que
siempre llevas contigo y que tanto te miras?
Olivier se giró y la besó en los labios. Ambos estaban completamente
desnudos y una leve brisa entraba por la ventada. Empezaba a pensar que pasaban
demasiado tiempo juntos últimamente. Casi siempre estaban en su casa y la gran
mayoría de las veces acababan sin ropa.
Aun así, no lo importaba. Es más, le estaba empezando a
gustar.
Claire lo miraba con sus intensos ojos azules mientras él se
volvía a tumbar. Su cabello rubio envolvió su cara y ella se acercó para
besarle. Unos instantes después se separaron.
– ¿Dices ese objeto plateado con botones?
– Sí, ese mismo. Me extraña mucho ya que siempre
lo miras pero no consigo entender qué es.
– Fue un regalo de un antiguo amigo. Es una
especie de reloj que marca un día y la hora.
– ¿Ah sí? Tiene una forma un poco rara... Es una
lástima que la pantalla se haya roto.
– No te preocupes, la arreglaré.
Ella se subió encima de él y le empezó a besar. Él se dejó
llevar. Con Claire todo parecía más fácil: le encantaba besarla, tocarla y que
ella le respondiera. Se estaba empezando a enamorar seriamente de aquella chica
pero apenas le importaba. Sabía que era la chica con la que quería estar.
Hicieron el amor dos veces más y al final acabaron
extenuados. Claire se quedó dormida mientras Olivier acariciaba su pelo dorado.
Al cabo de un rato se levantó, cogió el pequeño objeto, se vistió y fue hacia
la ventada. Desde su casa se podía contemplar todo París: la torre Eiffel
empezaba a billar y la montaña de Montmartre quedaba iluminada a su derecha.
Sacó un cigarrillo y lo encendió. La nicotina hizo su efecto y Olivier expiró
el humo relajado. Contempló aquel pequeño objeto que tenía entre las manos.
Sabía perfectamente que no era un reloj y para qué servía. Cerró los ojos y recordó
la primera vez que lo vio en aquella caja de madera, en aquél momento no se
imaginaba lo que podía llegar a hacer pero no tardó mucho en descubrirlo.
– Olivier, mira lo que hay aquí en la pared.
Parece una especie de cajón, se puede abrir y todo.
– Paul, nos acabamos de mudar a esta residencia en
el último año del curso y ya estás abriendo la pared. Enserio no hay quien te
entienda.
Paul extrajo el cajón de la pared. Tenía mucho polvo y acto
seguido empezó a toser. Dentro del cajón había un extraño objeto plateado con
dos pantallas y cuatro botones.
– Mira Olivier, algún tonto se ha dejado su
antiguo reproductor MP3 en este cajón. Tuvo que ser hace 10 años más o menos
porque ya nadie utiliza estas tonterías. Ten, haz lo que quieras tú con él, a mí
no me interesa. Me voy a comprar: ¿Quieres que te traiga algo del supermercado?
– No, gracias. Tengo que ordenar un poco todo
esto.
– Está bien como quieras.
Paul salió de la habitación y Olivier siguió ordenando sus
libros en la estantería. Un destello le llamó la atención y se fijó en el cajón
que había encima de su cama. Sin saber muy bien por qué, cogió aquel objeto y
lo sostuvo entre sus manos. Era un poco raro para ser un antiguo reproductor
MP3: no había ningún sitio por dónde conectar los auriculares y no parecía que
tuviera una pila o algo que lo hiciera funcionar. Lo dejó encima de su mesa y
volvió a colocar el cajón en su sitio. Intentó encajarlo pero no lo consiguió y
el cajón cayó al suelo. Al recogerlo se dio cuenta que había un doble fondo con
un papel dentro. La nota estaba escrita en un papel arrugado y parecía que
había pasado varios años allí dentro por el polvo que la cubría.
A ti, el que ha descubierto mi gran secreto, te entrego
este objeto infinito que te permitirá conocer tiempos y vivir situaciones que
escaparán de la concepción de los demás.
A ti te lego una parte de mí, de mi
alma, de todas las situaciones que he vivido. Pero debo advertirte: este objeto
está maldito, hagas lo que hagas el pasado volverá para consumirte como lo hizo
conmigo. Por eso debo desprenderme de él: es hora de que viva mi propia vida
sin estar atado a los lazos del destino.
A ti te doy un último consejo para
evitar la maldición: utilízalo sin intentar encontrar respuestas y escribe tu
propia vida. No cometas mi error, no dejes que el pasado te atrape...
Estoy seguro que
sabrás descubrir su funcionamiento por ti solo, y si alguna vez tienes algún problema
con él, sigue a las luces. Ellas te guiarán hacia la respuesta final.
El prisionero.
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