Cuando pudo recobrar la conciencia se dio
cuenta que había perdido algo pero no sabía el qué. Le había ido de poco,
pero en el último momento, había podido activar aquél objeto y regresar a
tiempo llevándose consigo al otro chico. Quizás le había hecho una putada; pero
era aquello o dejarlo a su suerte. Le agradecía que lo hubiera defendido, sin
embargo, en ningún momento, le había pedido que le ayudara. Él tenía controlada
la situación en todo momento, o al menos eso creía...
Parecía que el chico empezaba a reaccionar y
sería mejor contarle algo. Por suerte ya había previsto algo parecido. Miró a
su alrededor: efectivamente allí estaba. Muy predecible todo.
– ¿Te encuentras bien chico? Te has
resbalado y has caído.
A Thomas le costó abrir los ojos. Le dolía la
cabeza y tenía un enorme morado en la frente. Se la debía haber golpeado contra
el asfalto cuando el otro chico le había tirado al suelo. No recordaba
demasiado de lo que había pasado, pero estaba muy nervioso y cubierto de un
sudor frío. Poco a poco fue recuperando varios de sus recuerdos: una película
en el cine, una cena en su restaurante favorito, una copa de vino, Chloé
aproximándose, un abrazo...
A pesar de ello, había algo que su mente había
encerrado completamente. No conseguía recodar el qué.
– Chico, ¿te encuentras bien? ¿Me
oyes bien?
Thomas le oía, pero en la distancia. Había
algo que no le cuadraba. Miró a la cara a la persona que le llamaba y entonces
se acordó de él, de un camión aproximándose, de una luz cegadora...
–¡Me alegro que estés bien! Vamos
te ayudaré a incorporarte.
Thomas se recostó en el chico y se incorporó.
Por fin se atrevió a articular una frase.
– Pero... ¿Y el camión? ¡El camión
blanco que se nos echaba encima! ¡¿Dónde está?!
– Cálmate chico, no ha pasado nada
al final. Pudo frenar a tiempo y estamos bien.
– Parecía que nos iba a atropellar,
estaba encima de nosotros...
– No te preocupes. ¿Ves? Está allí
aparcado, al fondo de la calle. Llegó a frenar antes de que nos pudiera hacer
daño y el conductor lo dejó allí aparcado. Me comentó que le habían fallado los
frenos y que lo dejaba allí mientras que él llamaba a la grúa.
Thomas oteó el camión en la distancia. Le
parecía ligeramente diferente a como lo recordaba. Sin embargo, la cabeza le
dolía a rabiar y todavía tenía el susto en el cuerpo. Creyó haber imaginado que
el camión se le había abalanzado encima y a decir verdad, no había ni pasado la
acera, era todo simplemente un frenazo brusco. Había tenido suerte.
– Gracias por ayudarme. No me he
podido presentar–. Le miró a la cara y vio en sus ojos marrones una expresión
algo perdida, y le ofreció la mano. – Soy Thomas.
– No, gracias a ti por lo de antes.
Me llamo Olivier.
– Encantado. Bueno, tengo que volver
a casa ya. Es tarde... –Se quedó observando a su alrededor. Notaba algo raro.
– Sí, yo también. ¿Pero estás bien? ¿Te
pasa algo?
– No... no es nada. Debe ser el golpe.
No pasa nada. Espero que todo vaya bien en el futuro. ¡Adiós!
– Adiós, Thomas. ¡Suerte!
Olivier se quedó mirando como desaparecía por
la calle en dirección la plaza de la République. Ahora ya podría volver a su
casa. Se palpó el bolsillo de su pantalón esperando encontrarlo, pero no había
nada. Una gota de sudor le recorrió su frente. ¿Acaso lo había perdido? Aquel
objeto era demasiado importante. Necesitaba localizarlo: no se podía ir sin él.
Por suerte lo vio enseguida. Estaba allí en la esquina. Se tranquilizó y lo fue
a recoger.
***
Thomas estaba llegando a su casa cuando se dio
cuenta que su teléfono móvil había desaparecido. Seguramente se le había caído
cuando defendió al chico ya que lo llevaba en la mano. Maldijo para sus
adentros. Aunque luego recordó que tenía un seguro y que no era para tanto.
Llegó a la puerta de su casa y sacó sus llaves pero no encajaban. Había algo
raro en la cerradura. Con detenimiento las miró y vio que estaban ligeramente
dobladas. “Genial” se dijo a sí mismo en modo irónico: primero perdía su móvil y ahora su
llave estaba doblada y no podía abrir la puerta. La noche había sido espléndida
pero las cosas se empezaban a torcer.
Pensó en qué debía hacer y decidió que lo
mejor era ir a casa de Chloé ya que ella disponía de una copia. Además, a pesar
de que su casa estaba algo alejada, podría pasar la noche con ella. Al fin y al
cabo, y viendo el lado positivo, no todo tenía por qué ser malas noticias.
Chloé vivía justo delante de la Gare de Lyon
no muy lejos del río Sena. A Thomas le encantaba aquella zona y es por eso que
no tenía ningún reparo en quedarse a dormir todas las veces que podía en su
casa. Todavía no era muy tarde y sabía que Chloé no iba a dormir pronto, por lo
que de ese modo la podría sorprender. No esperaría verle en su casa media hora
después de haberse despedido. Le gustaba sorprenderla y a menudo le hacía
visitas inesperadas que sabía que le encantaban. Sin embargo, aquella noche
todo iba a ser diferente.
Thomas subió las escaleras que llevaban al
apartamento de Chloé en silencio, no sabía por qué pero estaba algo nervioso.
Al fin y al cabo, había dado un paso importante con ella. A pesar de ello
siempre sentía una especie de emoción interna cada vez que la veía. Ese
sentimiento lo había tenido desde el primer día y lo seguía teniendo.
Llamó al timbre pero no abrió nadie. Seguro
que estaba en el baño y no lo oía. Esperó
varios minutos interminables y como no llevaba el móvil tampoco la podía
llamar. Volvió a sonar el telefonillo varias veces. También picó a la puerta.
– ¡Chloé! ¡Ábreme! Soy yo, Thomas.
He tenido un pequeño problema.
Por fin oyó movimiento en el interior. Tenía
ganas de abrazarla en cuanto se abriera la puerta... Y se abrió.
Pero tan pronto como lo hizo, el mundo se le
vino abajo.
Un chico en pijama con cara de cansancio
apareció delante de él.
– ¿Tú quién eres? – Le espetó Thomas
completamente incrédulo.
– ¿Y tú quién cojones eres y qué
haces llamando a mi casa a estas horas?
Thomas no comprendía absolutamente nada. No
era posible que Chloé le hubiera estado engañando.
– Chloé? –Balbuceó como pudo en
estado de shock.
– Sí, Chloé vive aquí. Ahora
esfúmate y piérdete si no quieres que llame a la policía.
No entendía nada, su cabeza había explotado
completamente y no era capaz de reaccionar. Alguien se acercaba a la puerta.
– Cariño, ¿quién está llamando a
estas horas?
– No sé, un tarado mental que dice
conocerte. Dile tú que se largue ya que el muy imbécil sigue ahí parado.
Chloé se asomó por la puerta y miró a Thomas
que estaba a punto de romper a llorar. A ella se le heló la sangre al verlo.
– ¿Thomas? No puede ser...
No aguantó más la presión y salió corriendo
escaleras abajo. No entendía nada, no lo llegaba a concebir. Hacía apenas dos
horas que se habían declarado amor eterno antes de ir a vivir juntos, aunque
ahora ya daba todo igual. Chloé le estaba engañando con otro chico.
Deambuló por las calles oscuras de París
llorando sin saber muy bien a dónde ir. Su vida se había hecho añicos por completo
en dos horas. Se sentía traicionado, herido y humillado por su gran amor. No
sabía que había hecho para merecer aquello, pero estaba claro que era un
castigo excesivo. Decidió, en uno de sus pocos momentos de lucidez, ir a pasar
la noche a casa de sus padres. Era lo único que podía hacer.
No supo cómo ni cuánto tiempo le llevó llegar
hasta allí. Todavía llevaba junto a la llave de su casa la copia de la de sus
padres y abrió con mucho pesar su puerta: en aquel momento no podía pensar.
– Mamá, estoy en casa... todo me da
igual.
Su madre se levantó y fue a recibirle. En
cuanto le vio, ella empezó a llorar.
– ¡Hijo, has vuelto por fin! Sabía
que un día lo harías...
– Mamá, ¿me escuchas? ¡Todo se acabó con Chloé!
Su padre fue también a recibirle: estaba
llorando de la emoción. Thomas empezaba a perder las fuerzas. Algo no era
normal aquella noche.
– Thomas, siempre confié en ti.
Sabía que volverías tarde o temprano...
Sus padres le abrazaron con fuerza y siguieron
llorando. Él no aguantaba más, se iba a desmayar. Miró hacia la pared, buscando
respuestas... y en cierto modo las
encontró.
Un calendario estaba colgado
bajo el reloj y marcaba una fecha:
1 de Octubre de 2016.
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