Thomas estaba sentado en la butaca de su amigo con una copa
de vino rojo en la mano. De buen gusto hubiera aceptado una simple cerveza,
pero su amigo le había insistido en que probara uno de sus mejores Bordeaux. De
algún modo quería celebrar su regreso, a pesar de que, para Thomas, no había
nada que festejar, más bien al contrario.
– Entonces, ¿vas a explicarme por fin lo que has
estado haciendo estos últimos 6 años?
Thomas, miraba la copa entre sus manos. No sabía qué podía
responder a su amigo que tuviera coherencia.
– ¿Si te dijese que para mí no ha pasado el tiempo
me creerías?
Mathieu frunció el ceño y puso una expresión seria.
– Vamos no me jodas Thomas. Eso es completamente
imposible. Debes intentar recordar qué has estado haciendo todo este tiempo… No puede ser que te desvanecieras en 2010 y hayas estado vagando en una especie de limbo todo
este tiempo. Te tuvo que pasar algo aquel día...
Thomas calló. Le resultaba imposible expresarse bien y con
claridad. El hijo de Mathieu jugaba con un coche delante de ellos en el suelo.
Su padre parecía embobado al contemplarlo.
– No lo sé Mathieu, no consigo recordar nada. Es
inútil, lo he intentado todo. No sé qué he podido estar haciendo todo este
tiempo, ni mucho menos el por qué decidí marcharme. Yo no huí, yo no decidí
desaparecer…
– Quizás deberías ir a ver un especialista o algo…
Thomas suspiró sabiendo que su amigo tenía razón. Había
estado rechazando ir a un psicólogo cuando era obvio que lo necesitaba. Debía
de aclarar lo que había sucedido aquella noche en 2010, pero cuando lo
intentaba, su memoria bloqueaba el recuerdo y la tristeza le inundaba. Mathieu
se dio cuenta y apoyó su brazo en el hombro de Thomas para reconfortarle,
– Debes ser fuerte Thomas. Confío en ti. Siempre
lo he hecho, y estoy seguro que debe de haber algo detrás.
– No lo sé amigo… ¿Pero estás seguro que no te he
contactado en todo este tiempo?
– No, ni a mí, ni a Marc, ni a Adriano, ni a
Grégoire… Nadie del grupo de amigos volvió a saber de ti después de aquella
noche. Ni siquiera Chloé sabía nada que pudiera…
Mathieu interrumpió la frase al ver a Thomas a punto de
romper a llorar. Pronto se dio cuenta de que aún le quedaba mucho por sanar a
la herida interna de su compañero.
– Lo siento… No debí nombrarla…
Thomas hizo un esfuerzo para no llorar y contenerse.
– No te preocupes… no es culpa tuya–. Thomas tomó
aire: había llegado el momento de preguntarle por ella. – Sé que la he perdido
para siempre y que no hay vuelta atrás ahora mismo. Pero necesito saber el
motivo; necesito comprender qué me sucedió aquella noche en 2010 y qué he
estado haciendo estos 6 años. Tiré mi vida a la basura en el momento en que
tomé aquella decisión… ¡Y ni siquiera sé por qué lo hice!
Sin darse cuenta, Thomas se había puesto de pie y estaba
gritando. La copa de vino yacía rota en el suelo y el pequeño Thomas gimoteaba
de miedo asustado.
– Perdona Mathieu, he perdido los papeles y he
hecho llorar al… – No sé hacía todavía a la idea de que su amigo tuviera un
hijo que llevara su nombre. – Al pequeño Thomas.
– No te preocupes no es nada, ya te he dicho que
estoy aquí para apoyarte.
– Mathieu, he estado huyendo de mis problemas
estas últimas semanas. Pero para seguir avanzando, necesito saber qué pasó con Chloé después de que desapareciera. Sino, este sentimiento de mierda que me
consume lo hará por completo…
– ¿Estás seguro? ¿Crees que es buena idea? No
quería sacar el tema ya que no sabía cómo te lo podrías tomar…
– No es que esté seguro, pero no tengo elección
– Está bien, pero dime: ¿Sigues enamorado de ella?
– Como el primer día.
– Entonces, supongo que debes conocer la historia.
22 de Noviembre de 2010
Chloé había dormido bien aquella noche. Por fin Thomas se
había decidido a dar el paso de pedirle que se fueran a vivir juntos. La verdad
es que se moría de ganas, pero su orgullo le impedía habérselo propuesto ella.
Thomas dudaba muchas veces de sí mismo y ella quería comprobar que si se lo
pedía, lo hacía porque él quería y no porque fuese un deseo impuesto por ella.
Pero le había echado valor y lo había hecho, aquél chico siempre la sorprendía
y era por ello que siempre le había gustado.
Aquella mañana Chloé cogía un tren en la Gare de Lyon
dirección al sur de Francia donde pasaría algunos días por trabajo. Antes de
subir al TGV consultó su móvil y vio que Thomas no le había respondido en toda
la noche. Le pareció un poco raro: a lo mejor se había quedado sin batería ya
que él siempre le enviaba un mensaje al volver a casa, o se estaba simplemente
haciendo un poco el duro. En cualquier caso le envió un mensaje deseándole
buenos días. “Ya respondería.” Se olvidó del tema y subió al tren.
Tres días después Chloé descendía de la misma Gare de Lyon
furiosa con el mundo: su compañero todavía no le había contestado y no entendía
absolutamente nada. “¿Qué podría estar haciendo aquel pequeño imbécil?”. Al
llegar a casa llamó a Camille, la novia de Mathieu, que era mejor amigo de Thomas.
– ¿Camille?
– ¡Ah, Hola Chloé! ¿Cómo estás?
– Bueno… He podido estar mejor...
– ¿Te ha pasado algo?
– Necesito hablar con Mathieu rápidamente. Es
sobre Thomas: hace tres días que no coge mis llamadas. Me gustaría saber si ha
hablado con Mathieu… tengo algo de miedo.
– Entiendo, está ahora mismo conmigo. Ahora te lo
paso…
Chloé permaneció impaciente en el teléfono durante unos
segundos. Mathieu respondió tan rápido como pudo.
– ¿Chloé? ¿Enserio que no sabes nada de Thomas?
– No y empiezo a estar muy preocupada. ¿Tú sabes
algo? Dime que sí por favor…
– No, lo siento Chloé… Lo último que me dijo es
que cenaba contigo y que te iba a decir algo importante.
– No sé qué más puedo hacer, sus padres tampoco
saben nada.
– Dime dónde estás ahora mismo que voy con Camille
para allí e iremos juntos a su casa.
– Date prisa Mathieu…
Mathieu fue con Camille a buscar a Chloé y juntos fueron al
apartamento de Thomas, pero no encontraron a nadie. Estaba completamente
desierto. Al cabo de dos días pusieron una denuncia de desaparición. A Thomas
se lo había tragado el tiempo.
A partir de ese momento los días pasaban lentamente y sin
noticias de él. Cada día llegaba del trabajo y pasaba las horas mirando su
móvil, esperando un mensaje de Thomas que nunca llegaría. Tenía la esperanza
inútil de que apareciese con un ramo de rosas pidiendo perdón en la puerta
de su casa. Pero nunca lo hizo y Chloé sentía como que una parte suya había
desaparecido con él: no salía, no se relacionaba con sus amigas, le costaba
comer y sobretodo tenía pesadillas con Thomas pidiendo que lo salvara de una
extraña criatura.
La investigación de su desaparición continuó avanzando pero
lo único que pudo recuperar la policía fue su teléfono del fondo del canal
Saint-Martin. Parecía que el canal lo había hecho desaparecer en su túnel
subterráneo bajo el bulevar de Richard Lenoir. Empezó a maldecir a aquella zona
y entró en un estado de letargo volviéndose una persona que actuaba de forma
mecánica sin sentimientos.
Pasaron los meses y en noviembre de 2012, después de
transcurrieran dos años de su desaparición, sus familiares decidieron organizar acto de reconocimiento con sus amigos más cercanos. No lo querían llamar
funeral, pero cuando Chloé entró en el apartamento de sus padres se le revolvió
el estómago al ver a todo el mundo vestido de negro. Luego se dio cuenta de que
ella no sólo no iba vestida de negro sino que cualquier expresión de su cara
había sido borrada.
– ¡Sé que no está muerto! ¡Sé que algún día
volverá!
El padre de Thomas le gritaba a un familiar suyo cuando este
último se acercó a darle el pésame mientras que su madre lloriqueaba en una
esquina. Todos los amigos de Thomas estaban allí: Mathieu aguantaba como podía
el llanto al lado de Camille. Adriano, otro de los amigos de Thomas, estaba
completamente pálido y Albert, Marc y Grégoire estaban incómodos; no querían
estar allí, de hecho nadie lo quería estar.
Chloé avanzó como un fantasma entre la multitud. Habían
colocado una foto encima de una mesa. En ella salía Thomas cuando jugaba al
rugby con sus compañeros en la universidad. Allí estaba él, en el centro, con
su sonrisa despreocupada, su cabello marrón despeinado cogiendo del brazo a uno
de sus compañeros. Sin darse cuenta, Chloé había cogido la foto y la
contemplaba llorando en silencio. En ese momento se sintió observada por todo
el mundo y deseó con todas sus fuerzas haber desaparecido junto a él.
– ¿Chloé, estás bien?
Era Camille que la llamaba. Pero Chloé no podía más, la
situación la consumía. Salió corriendo de la casa llevando la foto en sus
brazos. Sin saber cómo; llegó al puerto del Arsenal cerca de la plaza de la
Bastille. Debajo de la estación del metro se encontraba el túnel subterráneo de
entrada al canal. Bajó a los muelles y lo miró desafiante con los ojos
empapados de lágrimas. El túnel se erguía imponente delante de ella, tan oscuro
que parecía llegar incluso a absorber sus emociones. Echó un vistazo a la foto: Thomas le
sonreía mientras empezaba a llover…
– ¿Por qué fuiste tan egoísta Thomas? ¿Por qué te
fuiste sin decirme nada? Han pasado dos años ya y ¿sabes qué? ¡Eres un puñetero
mentiroso de mierda! Me lo prometiste, me dijiste que iríamos a vivir juntos.
Que siempre estarías conmigo. ¿Y te vas justo después? ¿Qué hice para que me
odiases? Te lo voy a decir: eres un cobarde de mierda que no supo dar la cara y
un mentiroso. ¡Te odio y siempre te voy a odiar!
Chloé tiró la foto hacia el canal en dirección a la boca del
túnel. Estaba diluviando pero se quedó contemplando como el marco se hundía en
el agua.
– Hasta nunca Thomas…
El 2013 llegó y poco a poco se fue deshaciendo de todos los
recuerdos y fotos que tenía junto a él hasta que solo le quedó una. En ella
salían los dos en su primer año de la universidad. Era una foto que se había
hecho en una de las primeras fiestas. En ella salían ambos sonrientes mientras
que Thomas la agarra con su mano en el hombro. Él estaba radiante, siempre
estaba contento en las fotos, a ella en cambio le estaba dando vergüenza. Giró
la foto, en ella había escrita una dedicatoria:
“La primera de muchas Chloé: 1 de octubre de 2005.”
Dejó a un lado con nostalgia la foto, cogió su teléfono y
llamó a una amiga suya.
-
¿Diane? Lo he estado pensado y esta noche sí que
salgo con vosotras, me vendrá bien.
Cuando colgó el teléfono cogió su foto con Thomas y se fue a
su balcón. El Sena se veía a lo lejos resplandeciente y hacía un día excelente
a pesar de que comenzaba a atardecer. Sacó el mechero que guardaba en su
bolsillo y lo acercó a la foto. Dudó un instante pero acabó por prenderle fuego.
Acto seguido la arrojó por el balcón. Contempló cómo la foto se iba reduciendo
a cenizas que iban siendo esparcidas por el viento.
Había llegado el momento de recuperar el control de su vida.
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