Un niño estaba jugando en el parque mientras
él lo contemplaba mirando por encima del diario que había comprado aquella
mañana. Hacía un día soleado y estaba feliz de poder encontrarse allí, aquel
niño tenía sus ojos: una mirada que se perdía en el infinito intentando buscar
todos los detalles posibles. Sabía que había heredado su inteligencia y no
tenía dudas de que llegaría lejos, de que podría alcanzar cualquier cosa que se
propusiera. Sonrió. No tenía ningún motivo de qué preocuparse.
Llevaban ya allí algunas horas cuando por fin
decidió que era el momento de partir. Guardó el diario en su bolsa y fue en
dirección donde se encontraba el pequeño jugando absorto con su pelota. Apenas
la podía patear y le costaba todavía tenerse en pie. A pesar de ello, cada vez
que caía, se levantaba con ganas de seguir aprendiendo. Al poco de acercarse,
el niño se le quedó mirando con sus ojos azules y su cabello castaño rizado
tratando de averiguar hasta dónde llegaba su altura. Era hora de irse a casa.
Sin embargo, alguien llamó al pequeño.
–¡Martin, ven aquí! Nos tenemos que ir.
Una mujer se aproximó rápidamente y cogió al
pequeño en brazos. Él no dejó de mirarle fijamente.
–¿Se puede saber qué estás mirando tan
fijamente mi amor?
El niño alzó su pequeño brazo y con el dedo
índice le apuntó directamente a él instigando a su madre a que hiciera lo
mismo. Chloé dudó varios segundos, pero finalmente le hizo caso a su pequeño.
–¿Se puede saber qué buscas mi corazón? Allí
delante no hay nadie. ¿O es que ves algo que yo no pueda ver?
Thomas intentó hablar, pero no le salían las
palabras. Algo no iba bien. ¿Por qué su mujer y su hijo no lo reconocían? El pequeño bajó el brazo, pero siguió
mirándole, desafiándolo.
–Vamos pequeño. Papá nos está esperando en el
coche. Vámonos a casa.
Chloé se dio la vuelta y avanzó en dirección a
un coche custodiado por un hombre. Nada más verlo, le dio un beso en los labios
y el desconocido acarició al pequeño Martin. Los tres montaron en el vehículo y
a pesar de alejarse, el pequeño no dejó de mirarle hasta que se perdieron en el
horizonte.
Algo iba mal. ¿Por qué los dos amores de su
vida se habían ido con un completo desconocido? No lo entendía. Quiso gritar y
correr tras ellos, pero no pudo. El cielo fue tornándose cada vez más negro
hasta que la oscuridad total le envolvió por completo.
***
Cuando abrió los ojos notó algo húmedo.
Intentó levantarse como pudo: sus piernas no le respondían, la cabeza le estaba
a punto de estallar y sentía náuseas. Poco a poco fue incorporándose con la
ayuda de la pared mientras intentaba respirar. Al mirar el suelo, notó que
hacía poco que había llovido y que había pasado unos minutos inconsciente. Una náusea
brotó de su estómago y vomitó todo el líquido llevaba dentro. Cuando acabó,
tenía los ojos llorosos y la cabeza le rodaba costándole mantenerse en pie. En
aquel momento recordó la combinación de alcoholes que había tomado y entendió
por lo que estaba pasando.
Intentó mirar a su alrededor y no vio a nadie.
La oscuridad de la noche lo había absorbido todo y ni un alma deambulaba por la
calle. Concluyó que debían ser altas horas de la madrugada y prosiguió el
trayecto hasta su casa. Lo había vuelto a hacer.
Se palpó los bolsillos y para su fortuna
encontró todas sus pertenencias. Poco a poco empezó a reconocer las calles y se
dio cuenta que su apartamento no estaba demasiado lejos. Se podría decir que
había tenido mucha suerte. Sin embargo, el pómulo derecho le ardía y al
palparlo notó que tenía una magulladura que se estaba empezando a hinchar.
Supuso que se había golpeado al caer al suelo. Finalmente, decidió forzar su
maltrecha memoria y empezó a recordar fragmentos de la noche como si de un
rompecabezas se tratase.
***
No era la primera noche que se iba a
emborrachar. De hecho, cada vez lo hacía más a menudo. Normalmente, la gente bebe para olvidar, sin embargo, él sabía perfectamente que lo
hacía para perderse en un mundo que no le pertenecía. De alguna manera se
transformaba y se introducía en un lugar que él había diseñado en su memoria y
que la vida le había arrebatado. La idea de renunciar a él no la contemplaba y
es por eso que Thomas se dedicaba a beber durante cualquier ocasión que se le
presentase.
Su amigo Grégoire le había llamado aquella
tarde de sábado para invitarle a una fiesta que realizaba en su apartamento junto
a su novia. Le había insistido que vendrían varios amigos más y que no estarían
solos. Thomas sabía que se preocupaba por él y aunque no le apetecía demasiado,
por un momento pensó que le podía ir bien para intentarse despejar.
Sin embargo, cuando abrió la puerta supo al
momento que quizás no había sido una buena idea. Su amigo lo recibió
afectuosamente y lo invitó a pasar al comedor donde ya habían llegado algunos
invitados que habían ya empezado a picotear la comida que había sobre la mesa
central. El ambiente era distendido y en otra época Thomas había disfrutado
enérgicamente.
–¡Qué bien que hayas podido venir Thomas! Grégoire
siempre habla a menudo de ti. Ya era hora de que nos fuésemos conociendo.
–Sí, la verdad es que ya iba siendo hora de
que viniera…
Aurore, la novia de Grégoire, era algo bajita,
pero tenía una cara sonriente que transmitía calidez. Se notaba que estaba
haciendo todo lo posible para hacerle sentir mejor. Poco a poco fueron llegando
más invitados y el resto de sus amigos. A Thomas le fueron presentando el resto
de la gente sin saber muy bien qué decir. Notaba que todos sabían perfectamente
quién era, sin embargo, ninguno osaba preguntarle nada por miedo de meter la
pata.
Al cabo de un rato Grégoire le trajo un vaso
de vino y lo invitó a beber con él.
–Entiéndeles, supongo que les da corte hablar
contigo debido a que no quiere hacerte sentir mal.
Thomas
recordó que antes de desaparecer Grégoire estaba con otra chica y que la gran
mayoría de sus amigos eran de otra manera. Echó una mirada nostálgica a la
gente de la fiesta. Casi todos estaban en pareja hablando de sus trabajos, de
sus hijos o de cómo iban a pasar las vacaciones en familia.
–Sí supongo que tienes razón, pero no sé muy
bien qué decir.
–Venga, ya verás como esto se anima en un
rato.
Thomas, estaba desplazado, en otra época
hubiera estado sentado allí junto a Chloé, quizás contando cómo hubiera sido su
pequeño. Miró fijamente su vaso de vino.
–Tienes razón, habrá que darle una
oportunidad…
***
No sabía que había pasado, pero ya había
tenido suficiente. No soportaba estar ni un minuto más allí, en aquella fiesta.
Tenía los sentidos anulados y no calibraba bien sus palabras. Miró a la chica
que tenía delante y que estaba besando a un chico que acababa de entrar por la
puerta. No recordaba cómo se llamaba, pero sabía que había pasado parte de la
noche hablando con ella de su vida. Sabía que ella se había mostrado muy
interesada al inicio por su historia e incluso llegó a pensar que quizás podría haber alguien
más allá de sus sentimientos. Aunque muy a su pesar, se había vuelto a
equivocar: una vez más.
–Me voy a casa– le comentó a Grégoire.
–¿Cómo? Pero si esto aún no se ha terminado.
–Ya he tenido suficiente de esta mentira de
porquería. Me largo de aquí.
Cogió su abrigo y salió por la puerta dando un
portazo y sin decir nada a nadie. Bajó las escaleras a tropezones y en el
último escalón cayó de bruces contra el suelo. Se levantó como pudo y llegó a
la calle. Por alguna razón no caminaba bien, pero no le dolía nada aunque un
par de lágrimas le nublaban la vista.
–¡Thomas, espera! –Grégoire había bajado las
escaleras a toda prisa para seguirle. –Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué te
has ido así de buenas a primeras?
–¿Enserio me lo preguntas? Te agradezco la
invitación, pero tu fiesta era una puta mierda.
–¿Cómo? Yo sólo quería que te lo pasaras bien…
Pensé que te podría ayudar, ya que te he visto muy deprimido estos días…
–¿Y qué quieres hundirme aún más? Ahí, todos
juntos, emparejados. ¿Qué pasa, queríais restregármelo en mi puta cara o qué?
Todos hablando de vuestras vidas de mierda en pareja: que si boda aquí, que si
hijo allí, que si hemos organizado un evento con los críos…
–Creo que estás siendo muy injusto con
nosotros Thomas. Siento que mi fiesta no te haya ayudado… Yo sólo quería que te
lo pasaras bien.
–¿Que me lo pasara bien? ¿Y la tía esa que me
habéis traído qué? ¿Era para que me animase? ¡Oh, pobre Thomas que no tiene
novia y no sabe ligar ya! Vamos a traerle alguien para que lo conozca.
–Le pedía a Aurore que invitara a alguna amiga
suya del trabajo que no tuviera pareja y por eso vino Caroline. Pensé que
podría ser una buena idea.
–Y una mierda. Entonces el pavo ese que ha
entrado por la puerta dándose un morreo quién era. ¿Su padre?
–Ni si quiera sabíamos que iba a venir.
Caroline se lo ha comentado a Aurore en la misma fiesta, no sabía que…
–¡Cállate ya por favor y vete a tomar por
culo! Si quieres ayudarme, aléjate de mi vida y continua con la tuya feliz como
habéis hecho todos durante estos 6 años.
–Thomas, estás siendo muy injusto con
nosotros. Sólo te queremos ayudar a que lo superes.
–¿A qué supere el qué?
–Tu desaparición durante estos 6 años. Por qué
te fuiste sin decirnos nada y has vuelto…
–¡Yo no desaparecí pedazo de imbécil! Yo nunca
me fui idiota. ¿Lo oyes bien? ¡Nunca!
–Thomas vas borracho, pero te estás pasando de
la raya. Sabes que te podemos ayudar…
–¡No podéis ayudarme si ni siquiera me creéis!
Pensáis que miento y que os oculto algo, pues iros a la puta mierda y meteros
en vuestra sucia cabeza que estoy muerto para vosotros…
No pudo terminar la frase. Grégoire le había
lanzado un puñetazo directo a la mejilla y cayó al suelo desplomado. Por el
rabillo del ojo pudo ver como su antiguo amigo se marchaba dejándole en la
penumbra.
–Lárgate, y no vuelvas por aquí jamás. Ahora
sí que estás muerto para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario