La libertad era un sentimiento ilusorio, un
simple reflejo en un charco de lo que pensamos que somos y queremos llegar a
ser. Un charco que, a la luz de la luna, emite una imagen idílica de lo que nos
hemos imaginado en nuestra mente, de lo que tenemos o alguna vez pudimos anhelar.
Sin embargo, cuando las gotas de tormenta empiezan a caer, la imagen se va
emborrando hasta perder en la oscuridad recuerdo que una vez tuvimos dentro.
Thomas observaba un charco de lluvia en el
suelo con la mirada pedida. Había empezado a llover, pero ni siquiera se había
dado cuenta. Tenía la vista hundida en el suelo, como si quisiera traspasar el
agua y ver más allá del infinito, aunque muy a su pesar, no podía.
Llevaba apenas un par de semanas prácticamente
sin hablar y cuando lo hacía era por pura obligación. Se preguntaba si de
verdad la gente podía ser consumida en vida y, sí así lo era, cómo podían
sobrellevar aquella existencia año tras año. Poco a poco se había dado cuenta
de que no tenía sueños, ilusiones o incluso ganas de emprender nuevos
proyectos. Todo se lo habían arrebatado bruscamente 6 años atrás: había perdido
las ganas de vivir.
La revelación de que Chloé iba a tener un hijo
con otra persona le había supuesto un varapalo difícil de asimilar. Aquella
tarde había pasado del cielo al infierno en pocas horas. Por un momento había
sentido que podía recuperarla, que podían volver a estar juntos y recuperar
aquellos momentos robados que nunca habían existido. Volvía a estar equivocado.
Así como las gotas golpeaban su abrigo, la lluvia estaba inundando lo más
profundo de su maltrecho corazón.
–Si al menos me creyese…
Pero no, no lo iba a hacer.
Empezó a caminar por el borde del Sena.
Inconscientemente sus pasos le llevaban por los lugares y recuerdos como su
mente había arrinconado a la temática de mitos. Empezaba a dudar que un día
había paseado feliz por las orillas del Sena de la mano de la persona más
especial del mundo. La Torre Eiffel brillaba a sus espaldas, emitiendo
centelleos como si quisiera anunciarse como una cuenta atrás: ya no sabía ni
que pensar ni qué hacer.
Unos minutos más tarde llegó a la plaza de la
Concordia donde se alzaba provisionalmente una gran noria la cual vigilaba
constantemente los Campos Elíseos. Se quedó un rato observando como en la
lejanía, una joven pareja compartía un beso y por primera vez en su vida sintió
asco. Era totalmente injusto lo que le estaba pasando y sin embargo no podía
hacer absolutamente nada. Empezaba a estar cansado de toda la hipocresía de su
alrededor. Quizás después de todo no era tan mal ponerle un final a su mísera
existencia…
***
El edificio de la Asamblea Nacional se alzaba
imponente delante de la plaza de la Concordia. Iluminado a la luz de los
grandes focos, presenciaba todo lo que ocurría en la plaza cual guardián en la
entrada de su fortaleza. A decir verdad, a Olivier siempre le había gustado
pasearse por aquella zona, aquello le hacía sentir a su vez grande y pequeño a
la vez.
–¿En qué piensas cuando miras el edificio? –le
preguntó Claire que iba a su lado. Olivier se giró y la miró fijamente.
–No sé. Es un sentimiento que no puedo
describir. Es algo cálido y agradable a la vez.
–Piensas que no eres nadie, pero aun así sabes
que eres la persona más especial que ha pasado por aquí.
–¿Pero cómo puedes saber eso?
–Te empiezo a conocer Olivier. Sé que eres muy
orgulloso y que dentro de ti hay algo que te impulsa a sentirte importante.
–Suena bastante pedante lo que acabas de
decir…
–Y en cierto modo lo sería, de no ser por…
–¿De no ser por qué?
–No eres para nada egoísta o vanidoso. Crees
que eres importante sí, pero siempre que puedes ayudas a los demás sin esperar
nada a cambio. Trabajas duro para conseguir lo que quieres: tienes objetivos en
la vida. Y aunque muchas veces no sepa lo que de verdad piensas, sé que nunca
harías daño o algo que pudiese poner en peligro la integridad de una persona.
Olivier se acercó a Claire y la abrazó. Por un
momento sintió que se fundían en una sola persona. No se había equivocado al
elegirla: era feliz y la vida le sonreía. Quizás debía dejar de un lado sus
días de aventura y comenzar a hacer las cosas por sí mismo. En aquel momento
dudaba del hecho de poder volver a utilizar el objeto plateado: había realizado muchas cosas buenas y parecía que la vida le estaba compensando de algún modo.
No podía pedir más.
–Claire, gracias. Gracias por estar a mi lado
todo este tiempo aunque a veces no lo exprese. Yo también estoy feliz de todo
esto que estamos viviendo los dos juntos. Puede que vaya algo rápido, pero lo
que tengo claro es que quiero pasar todo el tiempo que pueda contigo.
–Nunca cambiarás Olivier…
El chico le sonrió y ella no pudo resistir el
darle un beso rodeándolo del cuello. Ella también sentía lo mismo que él: sabía
perfectamente que era su chico.
Sin embargo, algo la interrumpió. Una silueta
alargada se situaba sobre el borde del puente de la Concorde mirando al río
Sena. Alguien con una gabardina oscura se perfilaba a la luz de los focos en la
noche parisina. Lo que creyó que era un joven, miraba desafiante el cauce del
río como si quisiera saltar y poner fin a sus días, pero por algún motivo,
dudaba en hacerlo. Alarmada, decidió advertir a su ángel.
–Olivier, mira allí. En la cornisa del puente.
Hay alguien que mira fijamente el agua– el chico miró en dirección el puente.
Efectivamente allí había alguien mirando en dirección al río–. ¡Tienes que
hacer algo!
–¿Pero estás segura de que se quiere tirar?
–Tan pronto como pronunció la frase, Olivier se dio cuenta de lo estúpida que
era su pregunta.
–¿Es que acaso no lo ves? Intenta ayudarle, tú
sabes convencer a la gente. Por favor…
–Lo intentaré.
No tenía la máquina ya. Sin embargo no iba a
dejar de ser el guardián.
***
Thomas miraba el corriente del río sin
importarle la lluvia que empezaba a arreciar contra él. Desde lo alto de su
pedestal, el tiempo adquirió otra dimensión y dejó de percibir lo que pasaba a
su alrededor. Deseaba con todas sus fuerzas poner punto y final a aquel
sentimiento que lo carcomía por dentro. Quería ensartar en lo más profundo de
su corazón la espina que lo hacía sangrar por dentro y así finiquitar para
siempre sus días.
Pero por algún motivo no se atrevía a dar el
paso.
Sabía que no lo merecía.
No tenía derecho de acabar de aquella manera.
No podía hacerlo. ¿De qué iba a servir igualmente? El hecho de haber muerto
durante 6 años invalidaba completamente su argumento de acabar con todo: sus
amigos habían rehecho sus vidas sin él, su amor le había completamente olvidado
y la gente había superado su pérdida. ¿Qué iba a cambiar aquella vez? Unos
meses de dolor y ya está. Era inútil volver a morir después de todo. Al fin y
al cabo, sabía que la gente no le necesitaba, aunque estaba en deuda con todos
ellos: los revividos no tenían derecho a volver a morir.
Es por ello que no vio como alguien se
aproximaba, le agarraba y le hacía caer al suelo.
–Lo siento, lo siento. Pero no tenía
alternativa. No respondías a mis llamadas.
El desconocido lo ayudó al levantarse. Por
algún extraño motivo aquella voz le sonó familiar. Se llevó una mano a la
cabeza y notó que había recibido un fuerte golpe.
–Déjame que vea tu cabeza para ver si estás
bien.
¿De qué le sonaba aquella voz? Thomas no
lograba entenderlo. Sabía que ya había vivido aquella situación en algún lugar.
Alguien más se acercó.
–Olivier, ¿se encuentra bien? Qué suerte que
hayas llegado a tiempo– la chica se dirigió a Thomas–. ¡Nos has tenido muy
preocupados! No deberías haberte colocado encima del borde.
–Tranquila Claire. El chico está bien, solo ha
recibido un golpe en la cabeza, eso es todo. Dinos, por favor, ¿cómo te llamas?
Thomas fue abriendo los ojos y poco a poco
recobró sus sentidos. No conocía a aquella chica, sin embargo, cuando posó su
mirada sobre los ojos marrones del chico lo comprendió todo: el golpe, el estar
al lado de un cauce de agua, el no entender nada, la pérdida de recuerdos.
Había vivido la misma situación hacía 6 años, solo que esta vez, el tiempo no
había cambiado.
–Tú…
–Sí dime, ¿te encuentras bien? ¿Quieres que te
ayudemos en algo?
–¡Apártate de mí inmediatamente! ¡No me
toques! ¡Aléjate de mí de una vez por todas y déjame en paz para siempre!
–Escucha. Olivier te ha ayudado, es más: ¡Te
ha salvado! No deberías hablarle así.
Thomas observó con ira a Olivier que se había
quedado petrificado. Sentía miedo y deseo de venganza a la vez, pero no estaba
seguro de que fuera él. Visualizó su cara y todos sus rasgos. Aquello no
quedaría así.
–Siento haberte empujado, pero si no lo hacía…
El oír aquella voz le nublaba la vista y los
recuerdos. Debía salir en cuanto antes de allí. Olivier se empezó a acercarse,
por un segundo dudó pero sus piernas reaccionaron y salió corriendo dirección
las calles que rodeaban la asamblea.
–¿Es que sabías quien era Olivier? Estaba muy
alterado.
–No –mintió Olivier–. Supongo que estaría en
estado de shock. Vamos a casa, creo que por hoy ambos hemos tenido suficiente.
–No entiendo cómo puede haber gente que llegue
a esos extremos.
–Es difícil de explicar supongo…
Unos metros más allá Thomas se paró en seco.
Jadeando, puso sus manos sobre sus rodillas para recuperar el aliento. Miró al
suelo y vio su reflejo en un charco bajo sus pies: había dejado de llover. Por
fin comprendió que la libertad no existía: aquella persona se la había
arrebatado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario