El sol se estaba poniendo sobre París cuando
Olivier encendió el enésimo cigarrillo de la jornada. Se notaba cada vez más
que la primavera había llegado y los días empezaban a ser más y más largos.
Pronto volvería a hacer calor y aquello le hacía sentir optimista, quizás su
suerte también podría cambiar dentro de poco. Siempre había pensado que la
primavera era como despertar después de un largo y lúgubre sueño.
Dio una larga calada mientras se apoyaba sobre
una columna en lo alto de la colina del parque de Belleville. Aquel lugar no
era demasiado conocido para los turistas que visitaban la ciudad a pesar de que
ofrecía unas vistas excelentes. Sin lugar a duda, Olivier había pasado muchas
tardes jugando en aquella zona y conocía al dedillo el lugar y la gente. Sin
embargo, aquel día no estaba de visita y muy a su pesar, sabía que estaba
jugándose su futuro y todo el mundo que había construido a una última carta.
Dejó la columna y se aproximó hacia el
mirador. Apoyado sobre la barandilla, contempló una vez más la ciudad dando una
calada a su cigarro. No tardó en oír unos pasos a su espalda: ya estaba allí.
–Nunca cambias. Al menos me podrías contar qué
tiene de especial este lugar para que siempre nos tengamos que ver aquí.
Olivier se giró. Un chico de color algo mayor
que él le estaba mirando fijamente. Era más alto y tenía el pelo muy corto y
una mirada incisiva. Cualquier desconocido podría decir que no había tenido una
vida fácil y que siempre se había tenido que sacar las castañas del fuego. Pero
a Olivier no le importaba para nada, lo conocía desde hacía mucho.
–Me alegro de verte Jamal. Ha pasado un tiempo
desde la última vez que nos vimos.
–Eres tú el que no me llamas– Jamal se acercó
lentamente y se apoyó en la barandilla para contemplar las luces de la ciudad
junto a su viejo amigo–. Pásame uno de tus cigarros.
–¿Es que no puedes comprar tabaco tú? –Olivier
le ofreció su paquete y Jamal cogió uno agradecido–.
–Teniendo en cuenta que no te cobro nada,
invitarme es lo mínimo que puedes hacer.
–Ni que nunca te hubiese ayudado yo…
Jamal rio mientras encendía el tabaco.
–¿Y dime? ¿Te has echado una novia no?
–Siempre tan perspicaz. Pues sí, se podría
decir eso.
Jamal le sonrió y Olivier se sintió en el
fondo agradecido. Jamal era un chico que había crecido en el seno de una
familia con dificultades del XIXème Arrondissement de París. Pese a tener una
infancia complicada, siempre había salido adelante investigando cualquier trapo
sucio o problema que cualquier persona le presentase. A pesar de no tener
estudios superiores, Olivier le consideraba una persona extremadamente
inteligente con la habilidad necesaria para poder sacar a la luz cualquier
secreto, y es por ello que lo necesitaba esta vez, como tantas otras…
–Pues tú me dirás Olivier, qué es lo que
quieres que investigue.
–Necesito que encuentres información sobre dos
personas.
–Me tendrás que dar otro cigarro por eso
–ambos rieron con la broma de Jamal–. ¿Una de ellas es tu novia y quieres saber
qué regalarle por su cumpleaños?
–No seas idiota. Esto es algo más serio. En
primer lugar, necesito que me encuentres toda la información sobre la vida de
este chico –Olivier le pasó un recorte de periódico donde aparecía la cara de
un chaval junto una foto de un camión encastado en el canal Saint-Martin–. Se
llama Thomas Deslumières y creo que vive en alguna parte del XVIIème
Arrondissement. Es toda la información que te puedo dar.
Jamal leyó rápidamente el artículo.
–Un momento, esto es de hace 6 años y aquí
dice que desapareció durante el incidente del camión en el canal Saint-Martin.
¿Este tío sigue vivo?
–Sí que lo sigue. Yo mismo lo he visto no hace
mucho. Necesito que lo averigües todo sobre él: su vida, a qué se dedica, si
tiene pareja, quiénes son sus amigos, todo.
–No me será muy difícil si el chico existe. Bueno
y qué era lo otro entonces.
–Esto te será mucho más complicado.
Seguramente lo más complicado que te hayan pedido jamás.
–¡No hay nada imposible que no pueda
encontrar!
Olivier le extendió una fotocopia y Jamal la
leyó tan rápido como pudo. Al acabar puso una cara de no entender nada.
–¿Qué diantres es este trozo de papel?
–Necesito que averigües quién es la persona
que lo escribió. Y esto sí que es de extrema importancia para mí.
–¿Y ya está? Sólo me das un trozo de papel
fotocopiado y pretendes que lo encuentre.
–Te dije que te iba a resultar muy difícil… No
te lo pediría si no te creyera capaz de hacerlo.
–Además, qué demonios es esto que está
escrito. Parece una especie de testamento, pero no entiendo de lo que habla. ¿A
ti te lego un mundo infinito? Pero qué está diciendo. ¿No tienes ninguna pista
más?
–No te puedo contestar lo que es. Pero sé que
ese papel lo escribió alguna persona que estuvo viviendo en mi habitación de la
residencia donde estuve cuando era estudiante. Seguramente estudió también en
mi escuela superior. No es demasiado, pero creo que podrás seguir esa línea de
investigación.
–Está bien. No haré más preguntas y te buscaré
a estos dos individuos. Más te vale que algún día me llegues a explicar todo lo
que te traes en manos.
–Algún día Jamal, aunque dudo que me creyeras.
Al cabo de un rato los dos amigos se
despidieron y Olivier se perdió unas calles más abajo del parque hasta dar con
la entrada de la calle de la Mare. En aquel lugar, un pequeño puente metálico
cruzaba lo que en su día fue una antigua línea de ferrocarril y que se
encontraba en desuso desde hacía más de 50 años. Parecía completamente extraño
que en otro tiempo allí hubiesen circulado trenes entre los inmensos edificios que
se alzaban a los lados. Olivier sentía una fascinación extraña por lo que en un
momento de la historia había sido una estación de tren y por la que
probablemente jamás volvería a circular un convoi.
Había anochecido y ni un alma transitaba por
aquella calle. Se metió entre unos arbustos y rápidamente encontró un hueco que
le permitió acceder a las maltrechas vías. Caminó unos metros por los vestigios
de un apeadero fantasma hasta dar con un pequeño banco donde se sentó. A sus
pies, una baldosa estaba suelta y Olivier procedió a retirarla. Un pequeño
compartimiento se abrió antes sus pies y retiró la caja que aguardaba
expectante en su interior. Antes de abrirla, se aseguró que a ambos lados no
hubiese nadie que le hubieras seguido. Unos metros más allá, la entrada a un
túnel se levantaba delante de él como si de la boca de un monstruo se tratase.
El recuerdo del día en que la había atravesado por primera vez se le apareció
en su memoria.
***
Le había ido de bien poco aquella vez, pero
valía la pena. Sabía que por primera vez tenía algo extremadamente gordo que
quizás no podría llegar a gestionar. A pesar de ello, estaba completamente
emocionado. Por alguna razón, su mente no funcionaba como la de los demás y al
sentir miedo le invadía a su vez un sentimiento de emoción y adrenalina que no
podía controlar y al cual estaba completamente enganchado. Le gustaba poner en
peligro su existencia día tras día, aunque en aquella ocasión sentía que se lo
podía ir de las manos.
Parecía que los había despistado
completamente. Hacer uso del túnel de la Petite Ceinture que atravesaba el
parque de las Buttes Chaumont había sido una jugada maestra planificada con
todo lujo de detalles. Allá a dónde iba, no lo iban a poder atrapar.
Caminaba con dificultad por la vía del tren y
no tardó en ver la luz del sol al final del túnel, se estaba acercando a la
salida. Estaba a solo unos 20 metros aunque de repente algo lo iluminó por
detrás y escuchó un sonido ensordecedor al mismo tiempo que todo el suelo
comenzó a vibrar. Un tren se estaba acercando a toda velocidad y tan pronto
como pudo reaccionar empezó a correr en dirección a la salida.
Varios instantes más tarde, Olivier salía a
toda velocidad del túnel al mismo momento que una locomotora a vapor pasaba a
su derecha frenando. Esto le hizo tambalear y cayó en la cuneta de la vía.
Cuando se levantó, notó en falta la caja que llevaba en brazos y la empezó a
buscar desesperadamente. No podía perderla, sobre todo después de lo que le
había costado conseguir aquella información.
“Al menos todavía no.”
Miró a ambos lados del camino, el tren unos
200 metros más allá se hallaba parado en el andén de la estación recogiendo a
pasajeros. Olivier miró a su alrededor y encontró su preciado objeto entre unos
matojos. Lo recogió con cuidado y caminó hacia la estación donde se confundió
entre el público que aguardaba a la llegada del siguiente tren. Por suerte,
nadie le prestó ni la más mínima atención.
Se sentó en un banco y contempló la caja que
llevaba en sus manos. Sabía que no era buena idea llevarla consigo mismo en
aquel momento. Podían estar vigilándolo en la otra época. Suspiró y miró a sus
pies. Una baldosa estaba suelta en el suelo y de repente tuvo una idea. Al cabo
de un momento, cuando nadie le miraba, retiró la baldosa y observó su interior.
Aquello parecía un desagüe en desuso mal tapiado: era el perfecto escondite.
Escondió la caja rápidamente, colocó la
baldosa y la recubrió con un poco de tierra de la vegetación de los
alrededores. Al estar situada debajo de un banco al final de un andén, se
confundía perfectamente con el entorno y supo a ciencia cierta que al estar en
una zona poco frecuentada nadie descubriría su escondite.
Una vez acabó el trabajo, se levantó del banco
y esperó que pasara el siguiente tren en dirección contraria. Al subirse al
vagón notó estar en un mundo diferente y se empezó a preguntar, mientras el
tren comenzaba a moverse, si algún día podría habituarse completamente a ello.
***
Olivier abrió los ojos y volvió a contemplar
los documentos desgastados del interior. El mapa de un puente sobre el río Sena
con varias anotaciones se alzaba ante sus ojos. Levantó la vista del papel y
oteó a ambos lados comprobando que nadie sabía que estaba allí. Si lo
encontraba alguien, su mundo se derrumbaría completamente… ¿O quizás ya lo
estaba haciendo y no quería aceptarlo?
“Jamal debe encontrarlo. Sino todo mi esfuerzo
habrá sido en vano y todo se acabará pronto.”
Para su fortuna, aquella estación estaba
clausurada y ningún tren volvería a circular en aquella línea. Nadie
encontraría su secreto.
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