Olivier tenía la mirada perdida en el horizonte. Desde el
balcón de su casa tenía una vista perfecta de toda la ciudad, pero aquel día no
le hacía ni el más mínimo caso. Normalmente se sentaba allí a pensar y
disfrutaba enormemente viendo el atardecer. Montmartre brillaba en la lejanía; ya era de noche y no se había dado ni siquiera cuenta.
Abrió la palma de su mano y contempló su talismán plateado.
La pantalla estaba rota y apenas se podía leer en ella los números que algún
día habían brillado. Aquello parecía una señal que la vida le estaba marcando.
Una metáfora del comportamiento que había tenido durante los últimos meses.
Había estado jugando con fuego y finalmente se había quemado.
Suspiró profundamente y se tumbó contemplando el cielo. La
luna llena brillaba aunque a duras penas se podían ver las estrellas. Intentó
imaginar qué estaría haciendo Claire en aquel momento. Aquella noche había
salido con sus amigas y a pesar de no vivir juntos, Olivier se daba cuenta que
cada vez pasaba más tiempo en su casa que fuera de ella. Extendió su mano y
contempló el objeto plateado que tenía agarrado junto a la intensidad del cielo. La brecha que había en la
pantalla resplandecía iluminada por la luna como si de una cicatriz se tratase.
Muy a su pesar, sabía que difícilmente aquella pantalla volvería a mostrar
horas y fechas: se había terminado todo.
***
–¡Vamos Olivier! Ya llegamos tarde como
siempre...
–Nunca entenderé por qué tienes tanta prisa en
llegar puntual Paul. Si total la clase de hoy es un coñazo
–No te enfades. Eres tú el que has querido venir
conmigo. Además, tengo que hacer varias cosas antes de llegar.
–¿Cómo qué?
–Como entregar el trabajo que teníamos para hoy
por ejemplo.
–Ah, sí ya lo había olvidado...
–¿Pero qué pasa, si tú también lo tienes que
entregar?
–Ah, sí. Pero ya se lo di el martes al profesor.
–¡Venga va! No seas fantasma. Has estado toda la
semana en la habitación sin hacer nada. Ya me dirás de dónde has sacado el
tiempo para hacerlo.
–Bueno sí, pero de hecho me sobra todo el tiempo
del mundo así que me lo puedo permitir.
Paul lo miró sin entender nada. Olivier pasó a su lado
riendo en silencio. No solo no tenía todo el tiempo del mundo, sino que además lo
podía controlar a su antojo. Se giró y miró a su compañero.
–Venga date prisa Paul que el tren está a punto de llegar.
–Venga date prisa Paul que el tren está a punto de llegar.
Ambos entraron en un vagón de la línea B del RER de París.
Era hora punta en la mañana e iban completamente apretados. Olivier se
preguntaba por qué tenía que seguir yendo a aquella hora pero se decía a si
mismo que no quería levantar demasiadas sospechas entre sus amigos y que debía
seguir llevando una vida similar.
Cinco minutos después, el tren llegaba a Châtelet-Les Halles. En aquella estación construida en los años 70 confluían varias
líneas de metro así como de tren. La gente se movía por instinto en aquella como si de hormigas se tratara. Por suerte para Olivier y Paul, su
transbordo no estaba lejos. Simplemente tenían que cruzar al otro andén para
coger la línea A y continuar el viaje hasta su escuela.
Para llegar al otro lado, tenían que subir por las escaleras
hasta llegar a un vestíbulo que se situaba justo encima de los andenes y
atravesarlo hasta el otro extremo. Normalmente estaba infestado de gente
caminando en todas las direcciones ya que la disposición de las vías del tren
era transversalmente opuesta al sentido del intercambiador del metro. Además,
numerosas columnas de forma semicircular, que sustentaban la estructura, estaba
situadas en el centro del vestíbulo impidiendo que los transeúntes caminasen de
forma recta. A decir verdad, Olivier siempre se sentía perdido en aquél sitio
si no miraba las indicaciones.
Paul descendió del vagón y fue a coger las escaleras
mecánicas para subir al vestíbulo. Olivier lo seguía unos metros más atrás
debido a la cantidad de gente que había. Ambos subieron al vestíbulo y
avanzaron en la otra dirección para coger el tren.
–Vamos Olivier que el tren pasa en dos minutos, date prisa.
–¡Ya voy! No ves que hay demasiada...
–Vamos Olivier que el tren pasa en dos minutos, date prisa.
–¡Ya voy! No ves que hay demasiada...
Pero antes de que pudiese acabar su réplica, un hombre pasó
corriendo a su lado y Olivier se tuvo que apartar para no ser atropellado
cayéndose al suelo. Aquel tipo parecía llevar algo en las manos y pronto se
perdió dirección al intercambiador del metro.
–¡Será imbécil!
–Qué manera de empezar el día Olivier. Vamos que te ayudo a levantarte.
–¡Será imbécil!
–Qué manera de empezar el día Olivier. Vamos que te ayudo a levantarte.
Mientras Paul le ayudaba a incorporarse, dos hombre de la seguridad del metro pasaron por su lado corriendo.
–Me preguntó si tendrán alguna relación con el tipo aquel.
–No sé Paul, vamos que perdemos el metro.
Ambos bajaron por las escaleras y esperaron en el andén. El
tren estaba entrando en la estación y la gente se apresuraba a para cogerlo.
Sin embargo, una pequeña muchedumbre se amontonaba en un rincón. Olivier miró
de reojo. Parecía que había una chica en el suelo, pero no llegó a distinguir
bien ya que las puertas se abrieron y el tren expulsó una bocanada de gente. Ambos entraron y tuvieron la suerte de encontrar un par de asientos
libres en la planta superior del tren. Olivier se sentó en la ventada y
entonces lo pudo ver bien.
Una chica joven era ayudada a incorporarse. Se la vería
alterada y no dejaba de lloriquear. Tenía el pelo alborotado y la chaqueta y
parte del vestido desgarrado por el cuello. El tren empezó a moverse y a
salir de la estación perdiéndola de vista. Paul también estaba mirando por la
ventana.
–Creo que le han robado o algo así.
–Eso parece ser Paul. El tipo que se ha cruzado con nosotros debía ser el ladrón y los seguratas lo debían estar persiguiendo.
–No creo que pudieran dar con él. Les sacaba ventaja.
–Pobre mujer...
–Lo que no entiendo, es como estando la estación abarrotada de gente, nadie la ha ayudado.
–Creo que le han robado o algo así.
–Eso parece ser Paul. El tipo que se ha cruzado con nosotros debía ser el ladrón y los seguratas lo debían estar persiguiendo.
–No creo que pudieran dar con él. Les sacaba ventaja.
–Pobre mujer...
–Lo que no entiendo, es como estando la estación abarrotada de gente, nadie la ha ayudado.
Olivier quedó pensativo durante todo el trayecto y el resto
del día. No estaba bien que aquella mujer hubiese sido agredida sin que nadie
hubiese podido hacer nada. Si hubiera llegado a estar 5 minutos antes...
–¿Hey, te pasa algo? Llevas como ido desde esta mañana.
–Sabes que no atiendo mucho en clases.
–Ya pero hoy estás diferente. Como en tu propio mundo.
–Sí bueno...
–¿Todavía piensas en lo de esta mañana? Vamos, no empatices tanto con la gente. Eso pasa todos los días.
–Ya pero me da rabia no haber podido hacer nada.
–Da igual ahora eso ya, no vas a poder volver atrás y ayudar a la chica–. Paul observó que Olivier sonreía por primera vez. –¿Qué pasa, qué he dicho ahora?
–Nada Paul, vayamos a clase.
–¿Hey, te pasa algo? Llevas como ido desde esta mañana.
–Sabes que no atiendo mucho en clases.
–Ya pero hoy estás diferente. Como en tu propio mundo.
–Sí bueno...
–¿Todavía piensas en lo de esta mañana? Vamos, no empatices tanto con la gente. Eso pasa todos los días.
–Ya pero me da rabia no haber podido hacer nada.
–Da igual ahora eso ya, no vas a poder volver atrás y ayudar a la chica–. Paul observó que Olivier sonreía por primera vez. –¿Qué pasa, qué he dicho ahora?
–Nada Paul, vayamos a clase.
Como era habitual, Olivier ni prestó la más mínima atención
a la clase de gestión de proyectos. Tenía asuntos más importantes en la cabeza.
Había estado viajando al pasado durante semanas sin motivo aparente,
simplemente por diversión. Ahora tenía algo en mente y quería hacer algo bueno
con su poder.
Pasó el resto de la tarde diseñando un plan único y sin
fisuras. Sabía perfectamente cuándo lo debía ejecutar y el lugar e incluso
llegó a diseñar un mapa de la zona. No quería dejar ningún detalle suelto.
Aquella tarde, al volver a casa le dijo a Paul que tenía que
comprar varias cosas y que se fuera avanzando. Tan pronto como Paul desapareció
escaleras abajo fue en dirección del intercambiador del metro y se puso detrás
de una columna. Acto seguido sacó el objeto plateado y fue pulsando botones
hasta que una de las pantallas reflejó la fecha del día. La otra marcaba las
8:30 de la mañana. Miró a ambos lados y comprobó que no se acercaba nadie.
Pulsó el botón y cerró los ojos.
Alguien le empujó y cayó al suelo. Se incorporó rápido: no
tenía tiempo que perder. En aquel momento la estación estaba infestada de gente
que iba y venía como almas en pena sin ni siquiera importarle con quien se
cruzaban. Olivier oteó el horizonte, se sentía nervioso pero a la vez tenía la
cabeza fría. Estaba casi convencido de lo que iba a pasar y eso le daba una
cierta seguridad. Volvió a consultar su reloj. ¿Aparecería? No lo sabía a
ciencia cierta ya que lo había visto fugazmente, pero debía intentarlo.
Fue entonces cuando lo vio. Un hombre con una chaqueta de
cuero y pantalones vaqueros, acababa de pasar por el torno de la entrada de RER
a toda prisa. Era de complexión alta y de tez muy morena. Tenía los ojos
rasgados y una mirada sin vida. Se movía rápidamente pero con dificultad en su dirección;
llevaba entre sus manos un bolso y miraba intermitentemente a sus espaldas. Era
él, no tenía ninguna duda.
Era el momento de
atacar.
Levantó su pierna rápidamente y el hombre cayó de bruces al suelo
al pasar por su lado, el bolso salió rodando unos metros más allá. El golpe fue
tan duro que el hombre quedó completamente aturdido.
Por un instante Olivier quedó paralizado. Su plan había tenido
éxito pero todavía no había terminado el trabajo. Sin pensar y guiado
completamente por su instinto se abalanzó contra aquel malnacido mientras intentaba
ponerse de pie. Apoyó su rodilla contra su espalda y le agarró del brazo hacia
atrás. El ladrón, completamente inmovilizado, ahogó un grito de dolor.
–Suéltame... por favor.
–Cállate imbécil. Eres simplemente escoria.
–En cuanto te vea, te las voy a hacer pagar bien caras.
–Suéltame... por favor.
–Cállate imbécil. Eres simplemente escoria.
–En cuanto te vea, te las voy a hacer pagar bien caras.
Olivier no lo respondió y estiró más el brazo del carterista
hacia él mientras volvía a gritar. Rápidamente se dio cuenta que un grupo de
gente les rodeaba y les miraba con curiosidad sin querer acercarse. ¿Por qué la gente se comportaba siempre como meros especataores? Entre la
multitud vio emerger un par de personas; eran dos guardias de la seguridad del
metro que acudían jadeando. Al verle, se quedaron sorprendidos.
–¿Pero, cómo lo has hecho? –le preguntó uno de ellos. Acto seguido le apartó y procedió a esposar al sujeto.
–¿Cómo has sabido que era un carterista? –inquirió el otro.
–¿Pero, cómo lo has hecho? –le preguntó uno de ellos. Acto seguido le apartó y procedió a esposar al sujeto.
–¿Cómo has sabido que era un carterista? –inquirió el otro.
Olivier no respondió, simplemente se levantó. Vio el bolso
caído unos metros más allá y lo fue a recoger.
–Tengan. Esto le pertenece a la víctima. Espero que se lo devuelvan–. Olivier le tendió el bolso a uno de los agentes que lo aceptó con incredulidad. –Espero que la próxima vez tengan más cuidado.
–Pero chaval, ¿cómo lo has sabido? Es completamente imposible que lo hubieras visto robar y al mismo tiempo detenerlo.
– Ya lo había visto esta mañana. No necesitan saber más–. Se dio la vuelta y avanzó entre la multitud.
–Espera chico. ¡Dinos al menos tu nombre!
–Tengan. Esto le pertenece a la víctima. Espero que se lo devuelvan–. Olivier le tendió el bolso a uno de los agentes que lo aceptó con incredulidad. –Espero que la próxima vez tengan más cuidado.
–Pero chaval, ¿cómo lo has sabido? Es completamente imposible que lo hubieras visto robar y al mismo tiempo detenerlo.
– Ya lo había visto esta mañana. No necesitan saber más–. Se dio la vuelta y avanzó entre la multitud.
–Espera chico. ¡Dinos al menos tu nombre!
El agente se levantó y fue tras él pero muy a su pesar ya había
desaparecido entre la muchedumbre curiosa que se agolpaba para ver el
espectáculo. No lo pudo encontrar: se había esfumado completamente.
Cuando Olivier llegó a la residencia aquella tarde estaba exultante.
¡Lo había conseguido!
–¿Se puede saber qué te pasa? Llegas dando botes de alegría, ¿has estado con alguna chica?
–¡Qué va! Mucho mejor. Paul, nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí–. Su compañero lo miró incrédulo sin entender nada. –Me refiero a los apuntes de economía claro.
–¡Menudo capullo! Has debido ir a fotocopiar lo que te dejé y vienes celebrándolo. Serás vago...
–¿Se puede saber qué te pasa? Llegas dando botes de alegría, ¿has estado con alguna chica?
–¡Qué va! Mucho mejor. Paul, nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí–. Su compañero lo miró incrédulo sin entender nada. –Me refiero a los apuntes de economía claro.
–¡Menudo capullo! Has debido ir a fotocopiar lo que te dejé y vienes celebrándolo. Serás vago...
Olivier sonrió a su amigo mientras tocaba aquel objeto
plateado lleno de poder.
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