21 de Noviembre del 2010
Era un buen día. Thomas había pasado su día libre mirando una película en el cine situado cerca del Bassin de la
Villette. El filme no había sido muy interesante: era el típico de acción
americano sin fundamento alguno. A pesar de ello, estaba encantado de poder compartir una cena en el
restaurante situado delante del Canal Saint-Martin con su novia. Éstos eran la clase de días que
le gustaban.
Chloé empezó a picotear con el tenedor su ensalada y el la
miró mientras cortaba su bistec: tenía suerte de tenerla a su lado.
– ¿Qué estás mirando tan fijamente? –le preguntó
ella.
– No, nada... Simplemente me ha venido la imagen
del primer día en que te vi.
– ¿Ya estás con eso otra vez? Estoy segura de que
has tenido mil ocasiones en las que me has visto mejor.
– ¡Y siempre te digo que la primera imagen es la
que dice más cosas!
Ambos sonrieron y siguieron comiendo. Hacía ya más de 3 años
que estaban juntos y Thomas estaba a punto de pedirle que se fueran a vivir
juntos. Lo haría al final de la velada, antes de despedirse.
– ¿Sabes? Todavía me acuerdo la primera vez que te
vi. Tenías una cara de atontado, justo como la que pones ahora.
– Bueno siempre hay cosas que nunca cambiarán.
Thomas todavía recordaba el primer día que se habían cruzado.
Fue durante su tercer año en la universidad y a pesar de que, desde el primer
momento le había llamado la atención, no fue hasta el último año cuando se
atrevió a decirle de salir juntos. Desde entonces, el tiempo había pasado y
ambos habían crecido. Estuvieron separados un tiempo, ya que ella estuvo un año trabajando
fuera, pero él nunca la olvidó y mantuvieron la relación. Ahora por fin ella
había vuelto a París para trabajar y por fin podía verla más a menudo.
Terminaron sus respectivas cenas y ambos fueron a tomar una
copa. Thomas quería pasar el resto de la noche con ella. Sin embargo, sabía
que no podía ya que Chloé debía coger un tren a la mañana siguiente y su
casa estaba mucho más cerca de la estación. Pero en el fondo le daba
igual, estaba seguro que dentro de poco estarían viviendo juntos.
Bajaron caminando por el canal Saint-Martin y se sen
taron
junto al borde del agua. La noche era plácida y pese a estar el otoño tocando a
su fin no hacía demasiado frío. Thomas contemplaba el agua tranquilamente
preparado para lo que le tenía que preguntar a su compañera.
– ¿Te pasa algo? Te veo algo pensativo hoy... No
sé, más callado de lo normal.
– Es solo... que me estaba preguntando una cosa.
– ¿Cuál? Ella se le acercó y le miró fijamente.
– Bueno, ya llevamos algo más de tres años
saliendo. Hemos estado separados un tiempo y no sé, creo que sería hora..
– ¿De que nos fuéramos a vivir juntos? – le
interrumpió ella.
– ¿Qué? ¿Cómo lo has sabido?
– ¿Qué pensabas? ¿Que no me estaba dando cuenta de
todo lo que lo ibas a hacer? Thomas te conozco demasiado, sé en qué piensas
cada momento...
– Pues bueno... ¡Sí! Creo que deberíamos ir a vivir
juntos. ¡Estoy convencido que es el momento de dar el paso!
– ¿Y qué pasaría si te digo que no puedo y es un
no? – Thomas fijó la mente en el agua, suspiró y se dirigió a su
novia acercándose lo suficiente hasta mirarla a los ojos.
– Sé que no me darás un no por respuesta. Pero si
lo hicieras, lo debería asumir y esperar a un mejor momento–. Ella sonrió y se acercó aún más a él.
–¡Qué tonto eres y qué creído! ¿Pero sabes qué? Tienes razón. Es la hora de dar el paso.
Estaban delante el uno del otro, separados a pocos
centímetros. Thomas las cogió de la cintura y la atrajo hacia él. Pudo sentir
sus latidos palpitando de emoción, su olor que tanto le gustaba y un
sentimiento que se apoderó de él tan rápido como pudo.
– No olvidaré nunca este momento Chloé.
– Ni yo tampoco, nunca. El cielo debería caerse
para que lo hiciera...
***
Thomas regresaba a su casa caminando felizmente por el canal
Saint-Martin. No vivía muy lejos de la plaza de la République así que decidió
volver a pie. Estaba feliz y no había nada que lo pudiera detener en
aquel momento. Ni aunque el tiempo se parase, nadie podría quitarle aquél momento
de felicidad...
Pero en ese instante, vio movimiento al borde del canal. Parecía que había una pelea o algo: dos personas estaban
forcejeando mutuamente al borde del canal. La gente que pasaba por la calle se
apartaba de la escena; era de noche y nadie se quería meter en una pelea
callejera.
Thomas observó al chico que se estaba defendiendo con
atención. Mediría metro noventa, tenía el pelo castaño y los ojos marrones e iba
relativamente bien vestido. No parecía el tipo de chico que buscaba pelea. Por
algún motivo que no llegaba a entender, la otra persona que forcejeaba con él quería arrebatarle algo de
las manos. Thomas por algún motivo, sintió la necesidad de intervenir y ayudarle.
– ¡Eh tú! Déjale en paz. Acabo de llamar a la
policía y llegarán dentro de poco.
El atacante le miró desafiante, llevaba una gabardina larga
y un sombrero. No llegó a distinguir bien su cara en la oscuridad.
– ¿Quién es éste? Otro amiguito tuyo?
– No, no le conozco de nada...
– ¡Lárgate de aquí y déjale en paz!– Insistió
Thomas mostrando su móvil en la mano.
– Está bien, me largo. Paso de tener problemas.
El hombre de la gabardina se fue despacio y Thomas ayudó a
incorporarse al joven.
– ¿Estás bien? Deberías denunciarlo...
– No serviría de nada, no lo conoces–. El chico parecía resignado ante su futuro. – Será mejor
que te vayas, de lo contrario podrías estar en problemas.
– ¿Seguro que no quieres que llame a una ambulancia
o a algún familiar?
– No, no lo entiendes. Enserio, debes irte ya...
Sin embargo, no le dio tiempo de acabar la frase. Oyeron un
ruido sonoro que se aproximaba, como una bocina y un foco blanco los iluminó
completamente. Un camión blanco que circulaba hacia ellos había perdido el
control y se aproximaba velozmente. Debían salir corriendo o de lo contrario los
atropellaría.
Sin embargo no tuvieron tiempo.
El camión derrapó, las
ruedas chirriaron y el remolque se abalanzó sobre ellos.
Thomas no pudo reaccionar, no creía lo que iba a pasar. No
concebía que todo hubiera terminado. Sintió dolor, pena, sufrimiento, todo
mezclado al mismo tiempo. No notó la pequeña punzada en el brazo, ni cuando
el desconocido le agarró y le tiró al suelo. Solo notó una luz blanca que los
envolvía. ¿Sería ese el final? ¿Todo había terminado de aquella manera?
El camión rebasó la acera, volcando y arrasando todo lo que
encontró a su paso, cayendo dentro del canal.
No fue hasta que las aguas se
calmaron tras el impacto que el silencio volvió a reinar en la zona.
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